Tantas veces miré
en tus ojos.
Enmarcaban sus pestañas pulcritud,
en negra y húmeda
inocencia.
|
quise ver en ellos la mirada sincera
|
que me
alentaba al amor
|
¿ fue
cobardía o quizá recelo?
¿Y qué más
da, si en ningún caso nada fueron?
|
El tiempo
borró las razones y gangrenó la culpa:
|
Fueron tus
ojos engañados por la cobardía de los míos,
deseosos sí,
más jamás sinceros.
|
y éste sólo
fue el octavo capital
|
de los
pecados que hicieron!
en el
transcurso de una vida hecha
de venenos,
arrebatando de la tuya
la inocencia
del comienzo.
|
Y mis manos,
!ay, mis manos!
|
aun conservan
llorando el lejano recuerdo
del calor que
le dieron las tuyas.
|
|
|
al lago que
rodea mis pasos , cansados
|
me asomo a
contemplar sus aguas.
|
Y devuelven
deformes mis rasgos.
|
onduladas ríen mi estampa.
Hacen ver de
aquél joven, engreído y soberbio
sólo un
harapiento espantajo, enmohecido esqueleto
|
¡reid, ondas!,
¡qué me importa, el llanto no duele!
|
Simplemente rompe mi
corazón marchito.
De allí oiréis podridos suspiros
|
o quizá
violines chirriando
|
notas que
nacen sordas y torturadas
|
por las manos
de un músico enfermo
interpretando
un miserere, infinito y bizarro, dantesco.
|
|
|
Quejidos
insanos surgen chillando
|
de las
profundidades de mi cerebro.
|
Mirando en
mis adentros recuerdo
abocado al
pozo de la memoria
|
nubes de
polvo alzándose airosas
|
En magníficas columnas
de versos.
|
rotos e
inconexos me cuentan, cansados,
|
historias que
ahora por fin comprendo
¿Cómo no iba a
entenderlas si escritas por mi fueron?
|
Desconocía yo
su nacimiento
|
como de su
muerte no sabe el muerto. Es la cobarde excusa que tengo para redimirme de mi
infierno.
|
Por fín pasó
el tiempo a liberarme del tormento. ¡Cómo si el paso del tiempo fuera
agradable compañero! Pero, comprended, los años agolpados pasaban reprochando
desaciertos una y otra vez, en un eco casi eterno...
Por tan
horrible pecado, por ser quien fui y saberlo
|
a muerte
sentenciado, me declaro yo mismo reo.
|
Porque sólo
la muerte es la recompensa que merezco
|
Mi crimen fue
no saber de tus miradas
|
Recibir hermosas
estatuas de versos,
|
Y ser
recitadas por voces, dulces y airosas al cielo
|
|
Y el
cielo, ya traicionado llora en éste momento,
|
diluviando
lastimosos reproches, que salpican
|
mi corazón
seco.
|
|
|
Rememoro tu
mirada que gritaba desespero.
|
Y -ahora
sí- ya sólo y roto y abandonado por el tiempo
|
Ya susurran
mis labios viejos, a muy destiempo un
|
“te quiero”
|
|
Yo le seguiría dando a la pluma... Me encanta !!
ResponderEliminarEl próximo escrito reclamo un tono de humor ;)
ResponderEliminar