viernes, 16 de marzo de 2012

Miserere



            
Tantas veces miré en tus ojos.
 Enmarcaban sus pestañas pulcritud,
en negra y húmeda inocencia.
 quise  ver en ellos la mirada sincera
que me alentaba al amor
¿ fue cobardía o quizá recelo? 

¿Y qué más da, si en ningún caso nada fueron?
El tiempo borró las razones y gangrenó la culpa:
Fueron tus ojos engañados por la cobardía de los míos,
deseosos sí, más jamás sinceros.

y éste sólo fue el octavo capital
de los pecados que hicieron!
en el transcurso de una vida hecha
de venenos, arrebatando de la tuya
la inocencia del comienzo.
Y mis manos, !ay, mis manos!
aun conservan llorando el lejano recuerdo
del calor que le dieron las tuyas.


al lago que rodea mis pasos , cansados
me asomo a contemplar sus aguas.
Y devuelven deformes mis rasgos.
onduladas  ríen mi estampa.
Hacen ver de aquél joven, engreído y soberbio
sólo un harapiento espantajo, enmohecido esqueleto
¡reid, ondas!, ¡qué me importa, el llanto no duele!
Simplemente rompe mi corazón marchito.
 De allí oiréis podridos suspiros
o quizá violines chirriando
notas que nacen sordas y torturadas
por las manos de un músico enfermo
interpretando un miserere, infinito y bizarro, dantesco.


Quejidos insanos surgen chillando
de las profundidades de mi cerebro.
Mirando en mis adentros recuerdo
abocado al pozo de la memoria
nubes de polvo alzándose airosas
En magníficas columnas de versos.
rotos e inconexos me cuentan, cansados,
historias que ahora por fin comprendo

¿Cómo no iba a entenderlas si escritas por mi fueron?
Desconocía yo su nacimiento
como de su muerte no sabe el muerto. Es la cobarde excusa que tengo para redimirme de mi infierno.
Por fín pasó el tiempo a liberarme del tormento. ¡Cómo si el paso del tiempo fuera agradable compañero! Pero, comprended, los años agolpados pasaban reprochando desaciertos una y otra vez, en un eco casi eterno...

Por tan horrible pecado, por ser quien fui y saberlo
a muerte sentenciado, me declaro yo mismo reo.
Porque sólo la muerte es la recompensa que merezco
Mi crimen fue no saber de tus miradas
Recibir hermosas estatuas de versos,
Y ser recitadas por voces, dulces y airosas al cielo

Y el cielo, ya traicionado llora en éste momento,
diluviando lastimosos reproches, que salpican
mi corazón seco.


Rememoro tu mirada que gritaba desespero.
Y -ahora sí- ya sólo y roto y abandonado por el tiempo
Ya susurran mis labios viejos, a muy destiempo un
“te quiero”






































































2 comentarios: